«Todas las montañas son difíciles, pero cada una es diferente. Lo importante siempre es la prudencia«, dice Carlos Soria

Subir una montaña de más de 8.000 metros no está al alcance de cualquiera. La forma física, la capacidad de sufrimiento y la valentía frente a determinados peligros forman parte del perfil de los alpinistas que, año tras año, culminan su sueño de ver el mundo desde lo más alto. Sin embargo, detrás de un curriculum lleno de virtudes, existe siempre un plan de ataque; una estrategia de la que dependerá desde el éxito o el fracaso hasta la propia vida de los montañeros.

Para subir un ochomil hay pocas claves, pero importantes: aclimatarse bien, dosificarse, planificar la ruta de ascenso, y reducir al máximo los riesgos. En el caso del Annapurna, la montaña que intentará subir la Expedición BBVA-Carlos Soria esta primavera, su principal amenaza son las avalanchas. En otros montes, como el Everest, la dificultad está en su altura; en el famoso K2, la técnica de escalada es sin duda el gran reto para coronarla. En este sentido, Carlos Soria lo tiene claro: «Todas las montañas son difíciles, pero cada una es diferente. Lo importante siempre es la prudencia, prepararse bien, y ser capaz de ver el mejor momento para intentar subirlas. Aunque tener éxito depende de muchos factores, como el buen tiempo, tener suerte y que no se produzcan accidentes».
La aclimatación a la altura es sin duda lo más importante. Pero conocer bien la montaña para reducir los riesgos en la ruta de ascenso no lo es menos. En el caso de Carlos Soria y el Annapurna, lo peor está entre los campos 2 y 3, la zona donde se producen las mayores avalanchas. Reducir la exposición de los alpinistas a la caida de hielo y nieve es la obsesión del alpinista abulense.
Después de conversar con su equipo, con varios sherpas que ya han hecho esta cumbre y con otros alpinistas, el camino finalmente escogido por el abulense es una variante de la conocida como «ruta alemana», que reduce a una media hora de caminata el peligro de avalanchas, tanto subiendo como a la hora de bajar, donde el mayor cansancio puede hacer mella. Con cuatro campos de altura, el último de ellos a unos 700 metros de la cumbre.
Como se puede apreciar en la imagen, tomada el sábado desde el campo 1, a 5.100 metros de altura, se deja a la derecha la zona con mayor peligro. A partir de ahí, conocer el límite de las propias fuerzas es fundamental para no sufrir accidentes, ya que muchos alpinistas se desfondan en el ascenso y desfallecen en el trayecto de retorno.
Faltan aún dos semanas como mínimo para intentar el ascenso, y la estrategia está por definir, según cómo se encuentre el montañero de 73 años. Su idea, de momento, es pasar una noche en cada uno de los campos y, como siempre, bajar lo más rápido posible pasando el menor tiempo por encima de los 6.000 metros. Aunque los detalles los decidirá cuando el ataque final a la cumbre sea inminente.
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