Carlos Soria |
ABC / Que la vida vale más que un sueño lo sabe bien este veteranísimo alpinista abulense de 75 años que en mayo de 2013 renunció a hollar la cima del Kanchenjunga (8.586 metros), la tercera montaña más alta del planeta, cuando le faltaba el arreón final. «Subíamos sin cuerda fija, con seis horas de retraso y faltaban unos 200 metros de desnivel, que parecen pocos pero son muchísimos a esa altitud. Vi que la bajada iba a ser muy peligrosa porque era un terreno mixto de roca y nieve. Ahí iba a pasar algo. A Muktu, el sherpa que me acompañaba, le sentó mal la decisión de darnos la vuelta. Pero cuando llegamos al campo 3 y miró a la montaña, lo vio claro: ‘Aquí no va a bajar todo el mundo’, dijo». En efecto, cinco montañeros que sí hicieron cumbre ese día jamás regresaron. Un año después, Carlos Soria, que ha hollado once de los 14 ochomiles(en el K2, Broad Peak, Makalu, Gasherbrum I y Manaslu posee el récord de ascensión con mayor edad), está a punto de regresar al Kanchenjunga en una expedición auspiciada por BBVA. «Salimos a finales de marzo y estoy muy ilusionado. Espero tener mejor suerte esta vez».
—¿Cómo se prepara un alpinista de 75 años para afrontar un ochomil?
—Entreno en bicicleta con rodillo haciendo cambios de ritmo. Me va bien para las rodillas —la izquierda la tengo tocada—. Hago ejercicios de equilibrio con pesas y subo cuestas en la sierra de Guadarrama, sobre todo en la Maliciosa y el Yelmo. También hago series en el cortafuegos que hay en un monte cercano a Moralzarzal, el pueblo donde vivo.
—¿De dónde le viene esta pasión por la montaña?
—Desde muy niño me ha gustado más el campo que la ciudad, así que me escapaba a coger moras o bañarme en el río cada vez que podía. A los 14 años me fui con un amigo quince días a La Pedriza con una lona y unos palos para fabricarnos una tienda. Había familias acampadas pasando el verano y algunos escaladores con cuerdas, y a nosotros nos daba vergüenza ir con la lona y la teníamos medio escondida. Nos aterrorizaban las culebras y picábamos ajo alrededor del lugar donde dormíamos para espantarlas. A los 17 empecé a subir montañas: primero las cumbres del circo de Gredos, luego los tresmiles de los Pirineos. A los 20 años fui a los Alpes en moto. En 1968 ascendí el Elbrus (5.642 metros), el techo de Europa, en el Cáucaso. En 1971 participé en la primera espedición española al McKinley, en Alaska. Y en el 73 intenté el Manaslu (8.163), pero me puse enfermo… ¡quién me iba a decir que lo conquistaría 37 años después!
—¿En qué ha cambiado el alpinismo en España durante estos años?
—No éramos un país con tradición. Íbamos a los Pirineos y veíamos con envidia el material y las guías de los franceses. Yo trabajaba de tapicero y cargaba muebles, y en mis ratos libres me dedicaba a subir montes. Con el tiempo este deporte se ha profesionalizado en España y hemos aportado grandes nombres.
—¿Y en cuanto a la ética montañera en general?
—No creo que ahora haya menos ética que antaño, pero sí es verdad que somos muchísimos y esto genera atascos y polémica en las grandes cumbres. Digamos que los que llaman la atención y sobran son los patosos.
—¿Son necesarios más controles en el Himalaya?
—Es cierto que durante cuatro fechas hay cola para ascender el Everest y que Nepal y China quieren ganar dinero con los permisos, pero a nadie se le ocurre denunciar que eso ocurre todos los días en el Kilimanjaro y dos meses al año en el Mont Blanc. Cuando uno desea ir al Himalaya sin gente es posible hacerlo. Y en cuanto a las expediciones comerciales, hay unas estupendas y otras no tanto.
—¿Hasta cuándo esta «locura» de Carlos Soria?
—Hasta que el cuerpo aguante, aunque habrá que ir bajando el listón poco a poco. A mí me gustaría practicar escalada de gran dificultad, pero no es mi momento. Estoy haciendo lo que se me da bien. Cuando no pueda afrontar un ochomil volveré a los picos del Guadarrama, y después a pasear por las dehesas y recolectar moras. Será como volver a la infancia y cerrar el círculo.
—Hablando de frutos silvestres, ha publicado en la web una serie de recetas de cocina de montaña…
—Es que en el campo base comemos muy bien.
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