La intensa sequía que viene padeciendo el campo durante todo el invierno, además de arruinar las cosechas de cereal de secano y la ganadería por falta de pastos, puede incidir gravemente en la reproducción de la perdiz y de la liebre, las dos especies más características y amenazadas de la caza menor. Los campos resecos y arrasados por las heladas, en pleno celo de la patirroja adelantado por las suaves temperaturas, no ofrecen el mínimo resquicio para ubicar los nidos. Hay que tener en cuenta que en un año normal los trigos de sementera ya alcanzarían veinte centímetros como mínimo y que los linderos de parcelas y cunetas ofrecerían amplias posibilidades para situar los nidos.
La impresionante caída de las poblaciones de perdiz roja, la reina de la caza menor, que en muchas zonas amenazan seriamente la supervivencia de la especie, no es un hecho aislado, pues en él confluyen multitud de factores. El mas importante, sin lugar a dudas, se debe a la acción del hombre, pero no por la práctica cinegética, que también, sino por el sistema de explotación del campo. La moderna agricultura, además del veneno, utiliza métodos totalmente agresivos con el medio ambiente. A las concentraciones parcelarias que han destruido infinidad de lindes y vegetación donde la «patirroja» anidaba y se ocultaba de los predadores, se une la forma de arar de los enormes tractores que dejan totalmente molidos los terrones en las campiñas arcillosas donde el mimetismo de la perdiz, una de sus mejores defensas, se pierde. El uso de herbicidas, pesticidas y fungicidas, el grano tratado para la sementera y los abonos químicos producen enormes bajas especialmente en años secos. Las cosechadoras que trabajan durante la noche se tragan con frecuencia polladas enteras. El maíz, que en pequeñas manchas asegura la protección, con su ampliación hasta convertirse en monocultivo termina destruyendo el hábitat y dando cobijo a los depredadores. Mientras tanto en la montaña sucede todo lo contrario. El abandono de las prácticas agrícolas y de ganado menor permite que las pequeñas parcelas que antaño se sembraban de trigo, centeno o patatas se cubran de monte. La ausencia de terrenos en los que apeonar y granos para alimentarse reducen al mínimo las polladas de perdiz en estas zonas donde antaño abundaban.
Para colmo de males el topillo campesino ataca de nuevo. La proliferación del topillo, que puede convertirse en plaga en condiciones adecuadas, se intenta atajar quemando la vegetación reseca de linderos y cunetas, donde mantiene mayores densidades.
Estas quemas controladas y autorizadas, o las mas de las veces sin control, están siendo masivas en la última semana. Basta asomarse al campo para ver columnas de humo por todas partes. Es cierto que se destruyen muchas madrigueras de topillo, pero también lo es que se elimina el escaso refugio que le quedaba a perdices y liebres. Cuando lleguen, si es que lo hacen, las ansiadas lluvias, tal vez sea demasiado tarde para permitir una adecuada reproducción de ambas especies.
Fuente: Diario de León