@deportesavila / El alpinista abulense Carlos Soria cumplió el pasado 5 de febrero 84 años. Lo celebró hace unos días en la madrileña Librería Desnivel, acompañado de familiares, amigos y apasionados de la montaña como él.
Allí recordó como siendo un crío le gustaba subirse por las rocas. “He tenido la suerte de salir con la gente que más sabía de las montañas”, señala, citando a Salvador Rivas, botánico; Jerónimo López, geólogo; y Eduardo Martínez de Pisón y Pedro Nicolás, geógrafos.
“Aquel chaval que solo veía que las montañas valían para subirse, aprendió muchas cosas con estos amigos”, rememora Soria. Siempre ha querido “hacer lo que quieres hacer, porque te gusta, no por nada del otro mundo, porque es tu manera de vivir”.
Pese a su edad no le cuesta trabajo entrenar ni con una prótesis como la que lleva en la rodilla, ni aunque “no oiga una patata y por eso llevo audífonos”. “Esta es mi vida, que es ganas de vivir”.
Cuando empezó le gustaba escalar paredes difíciles, pero llegó un momento en que le interesaba viajar y gracias a ello ha podido “conocer medio mundo gracias a las montañas”. Y también intentar hacer los catorce ocho miles, las montañas más altas del planeta. Le quedan dos que pretende terminar. Uno de ellos, el Dhaulagiri, se le resiste pese a que lo haya intentado más de un decena de veces. El otro es el Shisha Pangma.
Siendo ya mayor escalaba paredes de hielo “muy difíciles”. Reconoce que le gusta la competición de esquí porque “aquí no miente nadie”. “En la montaña se mete cada bola terrible”.
Su primera expedición internacional fue al Cáucaso en Rusia en 1968. “Un sueño para nosotros”. Once personas iban ataviadas con chaqueta azul, pantalón gris y el escudo de España. Tres años más tarde, y también uniformado, viajó a Alaska, en la que fue la primera expedición española al McKinley.
Después llegó el Himalaya en 1973. “Fuimos en otoño, en época del monzón. Más de un río lo cruzamos con cuerdas con ciento y pico porteadores. Fue una aventura que no te lo creías. Salimos huyendo de allí. Regresamos en el año 1975 al Manaslu y lo pasé muy mal porque era la primera vez que estaba por encima de 7.000 metros”.
En 1986 realizó una expedición al Everest “sin sherpas y en una gran montaña, totalmente solos”. En 1990 fue al Nanga Parbat, con una expedición pequeña, donde “solo dos de nosotros logramos llegar a la cumbre”. Otra vez el Everest en 2001, “la montaña en la que he estado más solo de mi vida”. Nadie fue a despedirle cuando viajó hacia el pico más alto del mundo. Logró la cumbre en solitario con una botella de oxígeno. Llevaba otra que se le estropeó.
El K2, al que define como “un montañón y la montaña de las montañas”, fue su objetivo en 2004. Tres años después, en 2007, marchó al Broad Peak, “una montaña no muy difícil, pero al llegar al collado está muy cerca de los 8.000 metros. La cumbre está allí. Tienes que hacer una arista que te lleva tres horas de ida y tres de vuelta”. Era la primera vez que iba con Sito Carcavilla, con el que ha vuelto en muchas ocasiones al Himalaya.
En 2008 llegó el Makalu, “seguramente la montaña de la que me siento más orgulloso de como la subí”. Lo hizo ya con 69 años, sin expedición y con un solo sherpa que ahora “es uno de los hombres más ricos de Nepal”.
El Gasherbrum 1 en 2009 le trae recuerdos tristes por la muerte de un chaval, en otra expedición que volvía a hacer solo y en la que lograba hacer cumbre. Un año más tarde acude al Manaslu, “mi lugar querido, distinto a todos los demás” porque “no está rodeado de glaciares, sino de vida”, haciendo referencia a la existencia en sus proximidades de pueblos. “No es de las más complicadas”. La primavera pasada regresó allí con la intención de volver a subirlo pero la meteorología adversa se lo impidió. Lo que si pudo es dotar de colchones a un colegio de la zona, en una acción solidaria.
Al Lothse acudió en el 2011, al Kanachenjunja en el 2014 y al Annapurna en 2016. En la expedición a este último repartieron a la población más de 14.000 kilos de arroz. “Con muy poco dinero hicimos mucho”, comenta, quien es un ejemplo de superación para todas las personas, mayores y pequeñas, que ven en el abulense como la edad no es un obstáculo para conseguir grandes retos deportivos.